Un artículo muy interesante del blog de Zumo de Empleo:
Una de las cosas que más me cuesta es decir que no. Y no es que sea tan buena persona que no quiera defraudar a los demás, más bien es todo lo contrario: no quiero que los demás se sientan defraudados por mí. Parece lo mismo pero no es igual: creo que es más por vanidad, por ganas de ser aceptada y querida.
Y no sólo es con mi familia y amigos, en mi entorno profesional me pasa lo mismo. Decir que no a una propuesta, a una idea, a una petición defraudará a la persona que tengo delante, o pensará menos de mí, o me hará parecer débil o incompetente. Caray con la dichosa educación, se le queda a uno metida en el cerebelo y lo que cuesta desaprender lo aprendido.
Hasta que un día te das cuenta del flaco favor que te estás haciendo. Resulta que hay momentos que la vida te sobrepasa, que no llegas a nada, que te sientes frustrado y notas que crece un cierto resentimiento hacia las personas que te están *cargando* de peticiones, expectativas, intereses.
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Una de las cosas que más me cuesta es decir que no. Y no es que sea tan buena persona que no quiera defraudar a los demás, más bien es todo lo contrario: no quiero que los demás se sientan defraudados por mí. Parece lo mismo pero no es igual: creo que es más por vanidad, por ganas de ser aceptada y querida.
Y no sólo es con mi familia y amigos, en mi entorno profesional me pasa lo mismo. Decir que no a una propuesta, a una idea, a una petición defraudará a la persona que tengo delante, o pensará menos de mí, o me hará parecer débil o incompetente. Caray con la dichosa educación, se le queda a uno metida en el cerebelo y lo que cuesta desaprender lo aprendido.
Hasta que un día te das cuenta del flaco favor que te estás haciendo. Resulta que hay momentos que la vida te sobrepasa, que no llegas a nada, que te sientes frustrado y notas que crece un cierto resentimiento hacia las personas que te están *cargando* de peticiones, expectativas, intereses.
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